Encuentro
Martina llegó a Canaire con el caballo a punto de reventar, sus ojos se pasearon incrédulos; aquel era un poblado miserable, de poquísimas casas esperando cualquier pretexto para caerse, casi todas de bahareque y techo de paja.
¿Cómo había ido a parar su
hijo allí?
Se dirigió a la que
considero más digna y desmontó con la seguridad de un jockey; la llovizna se
deslizaba por su gruesa trenza, hasta el capote. Se aparto unas greñas de la
cara y caminó para el pequeño negocio.
Don Beto, el tendero se
distraía leyendo una manoseada novela de vaqueros. En días como ese las ventas
no eran muy buenas y aún tenía sueño pero se desperezó al oír llegar un caballo
<<El dinero llega temprano hoy>> —pensó– levantando la vista para
encontrarse frente a una imponente figura de mujer.
—Buenos días.
—A usted mejores, señora…
¿en qué le puedo ayudar?
—Busco a Dalia Marquina
¿sabe donde vive?
—Dalia…
Fingió hacer un esfuerzo
para recordar, pero la verdad es que la conocía a de toda la vida, tenía su
rostro bien grabado en la retorcida cabeza, pensaba en ella casi todo el
tiempo, incluso cuando estaba con su
aburrida mujer, que cual objeto inanimado se entregaba maldiciendo el día que
lo había conocido, el soñaba con ella, la deseaba, estaba enajenado de lujuria.
—Vive en una de las
últimas casas al final del pueblo
—¿tiene alguna seña?
— Es una casa con un
nacaspilo y un horno totopostero ¿pero se puede saber para que busca a esa
muchachita?
—Eso no es de su
incumbencia señor.
Martina, puso una moneda
de plata sobre el mostrador, al lado del rancio volumen que minutos antes
entretenía al dependiente, quien se sintió ninguneado. ¡Nadie en el caserío le
hablaba o trataba de ese modo, y aunque aquella no era una hembra común y
corriente, él era don Alberto!
—¡No cobro por los
favores!
—No se ofenda señor, pero
no me gusta deberle favores a nadie… ¡tirela si quiere!
—¡No estoy ofendido!
—¡Que tenga buen día
señor!
Salió de prisa, mientras
el comerciante tiraba la moneda con desprecio. Ella no se detuvo a responder
las inentendibles palabras que murmuraba el hombrecillo, aunque sabía de sobra que la recogería después,
antes incluso que ella se encontrara con Dalia.
<<La codicia vence
siempre al orgullo>>
Todas las casas eran
miserables en aquel remedo de aldea; Martina cabalgaba con elegancia,
escudriñando la pobreza a un lado y a otro. La casa al final del pueblo era la
peor de todas ¿Cómo había caído Abraham en semejante calamidad? de seguro
aquellas malas mujeres, al ver que era hijo de don Gregorio y doña Martina, lo
habían curado… ¡Si, eso debía ser! le habrían puesto alguna cosa a los
totopostes y como Abraham siempre era renegado para ir a misa, había caído
redondito a sus pies ¡pero ya iban a saber esas brujas quien era ella, y con
quien se habían metido!
—¡Busco a Dalia Marquina!
–gritó desde la calle.
Unas tortolitas que
estaban en el Nacaspilo se asustaron y volaron despavoridas, como única
respuesta a su llamado.
Sus ojos no dejaban
escapar detalle alguno, aquella casa aunque miserable, estaba muy limpia, ella
esperaba encontrarse con un lugar más
descuidado, algo así como se imaginaba las casas de las brujas en los cuentos
que oía de niña.
—¡Busco a Dalia Marquina!
—dijo otra vez sin desmontar del caballo, que nervioso daba vueltecitas y
resoplaba.
Dalia había oído el primer
grito y se había asomado a una rendija entre las varitas, que hacían de pared.
Aquella mujer parecía conocerla y la llamaba, pero ella no recordaba haberla
visto nunca, <<¿Qué hago?>> Julia, su madre no estaba, había ido a
lavar los platos al rio y aun no regresaba; pero cuando Martina gritó por
segunda vez, decidió salir a ver que deseaba y por qué parecía estar estaba tan
enfadada.
Martina Fuentes se quedó
un momento sin palabras, cuando vio salir a Dalia, un poco tímida pero
decidida.
Desmontó con elegancia
frente a la casucha, si es que a aquel cuchitril podía llamarse casa y se paró
frente a ella.
—Buenos días le de
Dios—saludó- yo soy Dalia Marquina, usted dirá que es lo que quiere de mí
señora.
La teoría de la brujería
se cayó en un segundo, aquella muchachita que estaba frente a sus ojos era la
mujer más bella que había visto la esposa de Gregorio Reyes en toda su vida.
—Soy Martina Fuentes, la
Madre de Abraham Reyes.
<<¡Es la mamá de
Abran!>> —pensó— sus ojos brillaron y sonrió al saber quién era aquella
impresionante señora, que había llegado en un caballo blanco; la sonrisa
desconcertó mas a Martina, y comprendió porque su hijo estaba enamorado de
Dalia, por un segundo quiso ceder y dejarles que fueran felices, pero no, ella
no era la mujer que le convenía a su hijo, aun así fuera la más preciosa
muchacha de la tierra. “la belleza y la juventud pasan pronto”
—¿Está tu mamá?
—No señora –dijo Dalia;
pero no tarda en regresar, si usted quiere pasar y esperarla…
Martina se horrorizó al
imaginarse entrando en aquella casa, para luego sentarse en una sucia silla por
quien sabe cuánto tiempo a esperar a
Julia.
—No, gracias; lo que tengo
que decir te lo voy a decir aquí mismo,
luego voy a hablar con tu mamá.
—Usted dirá entonces doña
Martina.
—Quiero saber que relación
hay entre mi hijo y vos.
—El se va a casar
conmigo—respondió ella sospechando que la cosa iba mal por el tono de voz —
hace un año vino aquí y…
— ¡No, eso no va a
suceder!—interrumpió—ya hablé yo con él, quiero que te olvides de Abran, el es
de diferente clase social tuya y nunca se va a casar con una muchachita como
vos.
Dalia estaba paralizada,
su corazón dio un vuelco y sintió que todas sus ilusiones comenzaban a
desmoronarse en un solo segundo, miró los ojos de Martina tratando de
comprender que cosa mala podría haber hecho ella para que la madre de Abraham
estuviera así de enfadada, pero eran una cortina impenetrable de furia.
—Señora… por favor no
piense mal de mí, su hijo vino un día y pidió mi mano…
Martina, recordó la
decisión con que habló su hijo, y al ver lo bonita que era Dalia, sintió que
debía tratar el asunto desde otro punto
<<Esta pobre muchacha solo quiere salir
de la miseria a costa de mi hijo>>
—¿Por qué ibas a fijarte
en un hombre que es veinte años mayor que vos? eres muy joven y bonita no te
conviene alguien que te dobla la edad a lo mejor solo te has ilusionado con el…
—¡No, señora, le aseguro
que lo quiero de verdad!
Aquellas palabras quemaron
las entrañas de Martina como brasas encendidas, y quiso tomar de las greñas a
Dalia, pero de sobra sabía que no iba a funcionar de aquella manera así que
continuó con su plan.
—Hagamos un convenio: Yo
te daré a vos y a tu mamá una casa grande,
veintitrés vacas, y cinco manzanas de tierra si te olvidas de Abran y no
lo volvés a buscar.
Dalia se sintió insultada
e iba a responder de mala manera, pero se contuvo, porque después de todo,
aquella mujer, era la madre del hombre que amaba.
—No se enoje niña Martina,
pero no puedo aceptar eso…
—¡Muchacha Fatua, otras
matarían por menos que eso!
Dalia no respondió, siguió
mirándola a los ojos sin entender aun sus razones, Martina creyó que estaba
pensando la oferta.
<<Quiere más la
muchachita… quien la ve tan bonita>>
Para ella aquello era una limosna, y en caso
que ella aceptara, lo cubriría con creces cuando amarrara la dote de Isolina.
—Te daré cincuenta vacas y
diez manzanas de tierra…
—¿Me está queriendo
comprar?—dijo Enfurecida aunque sin gritar—¡no soy de esas mujeres que venden
sus sentimientos!
—¡No, no creo que seas una
mujerzuela, mi hijo no se habría fijado en una mujerzuela! te estoy proponiendo
un buen negocio, mírate en la pobreza en que vivís, si aceptas lo que te
propongo, vas a vivir bien vos y tu mamá.
—¡NO!
—¡No seas tonta muchacha!
si amas a Abran no le hagas daño, si vos no lo dejas en paz el va a perder
todo, porque yo y Gregorio lo vamos a tener que desheredar ¿eso es lo que
querés para él, que venga a vivir en esta miserable casa con vos?
Aquellas palabras
penetraron el corazón como un frio puñal y Se derrumbó…
¡Ella amaba tanto a Abraham! ¿Qué hacer? ¡Su
amor le ocasionaría un gran daño!
Julia ya le había
advertido sobre la posible reacción de la familia de su prometido y le aconsejó
sobre lo conveniente que era ser educada
y mejor callar, así que guardo silencio e inclinó su cabeza pero sus ojos se
llenaron de lagrimas.
Martina se sintió mal, al
ver el sufrimiento que sus palabras
ocasionaron en aquella pobre niña, había comprobado que no era la bruja
interesada que creía era una muchacha buena y realmente amaba a su hijo. Y
ahora ella se sentía sucia y vil. ¿No era suficiente vivir en un lugar como
aquel en la absoluta miseria? ¿Qué culpa tenía de haberse enamorado de su hijo?
después de todo no era la única, habían muchas
mujeres que vivían soñando con Abraham; así que trató de disculparse,
afirmando algo que ella daba por sentado
—El trato es conveniente,
aceptá y confórmate con haber sido suya… guárdalo como un bonito recuerdo…
Dalia apuño las manos y
apretó su lengua con los dientes, hasta casi hacerla sangrar.
—…es más si querés podes
seguir con el pero sin que te cases… yo… yo te voy a dar siempre la casa que te
dije, allí podes recibirlo siempre que él te busque.
Aquello era más de lo que
podía soportar, así que haciendo a un lado el buen consejo de su madre, la miró
a los ojos y le dijo mordiendo las palabras lo más calmada que pudo:
—Mire señora, yo no soy
esa clase de mujer, no me he acostado con su hijo, y aunque usted lo afirme, yo
sé que para el amor no existen las clases sociales. Así que si solo vino a
insultarme será mejor que regrese por donde vino…
Martina estaba impresionada,
aquella reacción le gustó aun mas ¡esa joven poseía carácter, tenía fuego en
los ojos! le había hablado con firmeza sin gritar y sin bajarle la mirada,
(algo que ni los hombres podían hacer) pero no iba a tolerar que le hablara
así; no a ella, Martina no estaba acostumbrada a que la retaran de esa manera,
y menos aquella muchachita chorreada de clase baja.
— ¡Que educación la tuya!
¿Así le respondes a la madre del hombre que dices que amas?
—Perdone señora, pero
usted vino a decirme cosas feas sin conocerme.
—No hace falta, conozco a
las de tu clase, quieren salir a como dé lugar de la miseria, estoy segura que
solo te interesa el dinero de mi hijo—mintió sin creérselo, herida en su amor
propio.
Dalia no quiso oír una
palabra más, corrió para el interior de su casa sin despedirse, Martina por su
parte se quedó parada frente a la pocilga, confundida; además de la belleza
aquella joven tenía algo que la enamoraba también a ella; pero estaba
convencida que no era la mujer indicada para su hijo así que montó su caballo y
lo azotó para llegar pronto al Tizate.
<<A lo mejor Gregorio lo ha
convencido>>
Cuando Julia llegó, mas
tarde, con el guacal en la mano y los rizos escurriendo gotas de agua perfumada
a jabón, encontró a Dalia desconsolada, llorando, acurrucada en un rincón de la
casa, sus lágrimas habían hecho lodo en el suelo de tierra.
Pero Dalia, no era la única que lloraba, en la casona de los
Reyes en su lujosa cama europea, también Martina derramaba hartas lágrimas de
rabia e impotencia, ¡su hijo estaba a punto de arruinarse la vida y ella su
madre no podía evitarlo!
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