miércoles, 25 de noviembre de 2020

LA FLOR DE CANAIRE CAP. 08


Encuentro


Martina llegó a Canaire con el caballo a punto de reventar, sus ojos se pasearon incrédulos; aquel era un poblado miserable, de poquísimas casas esperando cualquier pretexto para caerse, casi todas de bahareque y techo de paja.
¿Cómo había ido a parar su hijo allí?
Se dirigió a la que considero más digna y desmontó con la seguridad de un jockey; la llovizna se deslizaba por su gruesa trenza, hasta el capote. Se aparto unas greñas de la cara y caminó para el pequeño negocio.
Don Beto, el tendero se distraía leyendo una manoseada novela de vaqueros. En días como ese las ventas no eran muy buenas y aún tenía sueño pero se desperezó al oír llegar un caballo <<El dinero llega temprano hoy>> —pensó– levantando la vista para encontrarse frente a una imponente figura de mujer.
—Buenos días.
—A usted mejores, señora… ¿en qué le puedo ayudar?
—Busco a Dalia Marquina ¿sabe donde vive?
—Dalia…
Fingió hacer un esfuerzo para recordar, pero la verdad es que la conocía a de toda la vida, tenía su rostro bien grabado en la retorcida cabeza, pensaba en ella casi todo el tiempo, incluso  cuando estaba con su aburrida mujer, que cual objeto inanimado se entregaba maldiciendo el día que lo había conocido, el soñaba con ella, la deseaba, estaba enajenado de lujuria.
—Vive en una de las últimas casas al final del pueblo
—¿tiene alguna seña?
— Es una casa con un nacaspilo y un horno totopostero ¿pero se puede saber para que busca a esa muchachita?
—Eso no es de su incumbencia señor.
Martina, puso una moneda de plata sobre el mostrador, al lado del rancio volumen que minutos antes entretenía al dependiente, quien se sintió ninguneado. ¡Nadie en el caserío le hablaba o trataba de ese modo, y aunque aquella no era una hembra común y corriente, él era don Alberto!
—¡No cobro por los favores!
—No se ofenda señor, pero no me gusta deberle favores a nadie… ¡tirela si quiere!
—¡No estoy ofendido!
—¡Que tenga buen día señor!
Salió de prisa, mientras el comerciante tiraba la moneda con desprecio. Ella no se detuvo a responder las inentendibles palabras que murmuraba el hombrecillo, aunque  sabía de sobra que la recogería después, antes incluso que ella se encontrara con Dalia.
<<La codicia vence siempre al orgullo>>
Todas las casas eran miserables en aquel remedo de aldea; Martina cabalgaba con elegancia, escudriñando la pobreza a un lado y a otro. La casa al final del pueblo era la peor de todas ¿Cómo había caído Abraham en semejante calamidad? de seguro aquellas malas mujeres, al ver que era hijo de don Gregorio y doña Martina, lo habían curado… ¡Si, eso debía ser! le habrían puesto alguna cosa a los totopostes y como Abraham siempre era renegado para ir a misa, había caído redondito a sus pies ¡pero ya iban a saber esas brujas quien era ella, y con quien se habían metido!
—¡Busco a Dalia Marquina! –gritó desde la calle.
Unas tortolitas que estaban en el Nacaspilo se asustaron y volaron despavoridas, como única respuesta a su llamado.
Sus ojos no dejaban escapar detalle alguno, aquella casa aunque miserable, estaba muy limpia, ella esperaba  encontrarse con un lugar más descuidado, algo así como se imaginaba las casas de las brujas en los cuentos que oía de niña.
—¡Busco a Dalia Marquina! —dijo otra vez sin desmontar del caballo, que nervioso daba vueltecitas y resoplaba.
Dalia había oído el primer grito y se había asomado a una rendija entre las varitas, que hacían de pared. Aquella mujer parecía conocerla y la llamaba, pero ella no recordaba haberla visto nunca, <<¿Qué hago?>> Julia, su madre no estaba, había ido a lavar los platos al rio y aun no regresaba; pero cuando Martina gritó por segunda vez, decidió salir a ver que deseaba y por qué parecía estar estaba tan enfadada.
Martina Fuentes se quedó un momento sin palabras, cuando vio salir a Dalia, un poco tímida pero decidida.
Desmontó con elegancia frente a la casucha, si es que a aquel cuchitril podía llamarse casa y se paró frente a ella.
—Buenos días le de Dios—saludó- yo soy Dalia Marquina, usted dirá que es lo que quiere de mí señora.
La teoría de la brujería se cayó en un segundo, aquella muchachita que estaba frente a sus ojos era la mujer más bella que había visto la esposa de Gregorio Reyes en toda su vida.
—Soy Martina Fuentes, la Madre de Abraham Reyes.
<<¡Es la mamá de Abran!>> —pensó— sus ojos brillaron y sonrió al saber quién era aquella impresionante señora, que había llegado en un caballo blanco; la sonrisa desconcertó mas a Martina, y comprendió porque su hijo estaba enamorado de Dalia, por un segundo quiso ceder y dejarles que fueran felices, pero no, ella no era la mujer que le convenía a su hijo, aun así fuera la más preciosa muchacha de la tierra. “la belleza y la juventud pasan pronto”
—¿Está tu mamá?
—No señora –dijo Dalia; pero no tarda en regresar, si usted quiere pasar y esperarla…
Martina se horrorizó al imaginarse entrando en aquella casa, para luego sentarse en una sucia silla por quien sabe  cuánto tiempo a esperar a Julia.
—No, gracias; lo que tengo que decir  te lo voy a decir aquí mismo, luego voy a hablar con tu mamá.
—Usted dirá entonces doña Martina.
—Quiero saber que relación hay entre mi hijo y vos.
—El se va a casar conmigo—respondió ella sospechando que la cosa iba mal por el tono de voz — hace un año vino aquí y…
— ¡No, eso no va a suceder!—interrumpió—ya hablé yo con él, quiero que te olvides de Abran, el es de diferente clase social tuya y nunca se va a casar con una muchachita como vos.
Dalia estaba paralizada, su corazón dio un vuelco y sintió que todas sus ilusiones comenzaban a desmoronarse en un solo segundo, miró los ojos de Martina tratando de comprender que cosa mala podría haber hecho ella para que la madre de Abraham estuviera así de enfadada, pero eran una cortina impenetrable de furia.
—Señora… por favor no piense mal de mí, su hijo vino un día y pidió mi mano…
Martina, recordó la decisión con que habló su hijo, y al ver lo bonita que era Dalia, sintió que debía tratar el asunto desde otro punto
 <<Esta pobre muchacha solo quiere salir de la miseria a costa de mi hijo>>
—¿Por qué ibas a fijarte en un hombre que es veinte años mayor que vos? eres muy joven y bonita no te conviene alguien que te dobla la edad a lo mejor solo te has ilusionado con el…
—¡No, señora, le aseguro que lo quiero de verdad!
Aquellas palabras quemaron las entrañas de Martina como brasas encendidas, y quiso tomar de las greñas a Dalia, pero de sobra sabía que no iba a funcionar de aquella manera así que continuó con su plan.
—Hagamos un convenio: Yo te daré a vos y a tu mamá una casa grande,  veintitrés vacas, y cinco manzanas de tierra si te olvidas de Abran y no lo volvés a buscar.
Dalia se sintió insultada e iba a responder de mala manera, pero se contuvo, porque después de todo, aquella mujer, era la madre del hombre que amaba.
—No se enoje niña Martina, pero no puedo aceptar eso…
—¡Muchacha Fatua, otras matarían por menos que eso!
Dalia no respondió, siguió mirándola a los ojos sin entender aun sus razones, Martina creyó que estaba pensando la oferta.
<<Quiere más la muchachita… quien la ve tan bonita>>
 Para ella aquello era una limosna, y en caso que ella aceptara, lo cubriría con creces cuando amarrara la dote de Isolina.
—Te daré cincuenta vacas y diez manzanas de tierra…
—¿Me está queriendo comprar?—dijo Enfurecida aunque sin gritar—¡no soy de esas mujeres que venden sus sentimientos!
—¡No, no creo que seas una mujerzuela, mi hijo no se habría fijado en una mujerzuela! te estoy proponiendo un buen negocio, mírate en la pobreza en que vivís, si aceptas lo que te propongo, vas a vivir bien vos y tu mamá.
—¡NO!
—¡No seas tonta muchacha! si amas a Abran no le hagas daño, si vos no lo dejas en paz el va a perder todo, porque yo y Gregorio lo vamos a tener que desheredar ¿eso es lo que querés para él, que venga a vivir en esta miserable casa con vos?
Aquellas palabras penetraron el corazón como un frio puñal y Se derrumbó…
 ¡Ella amaba tanto a Abraham! ¿Qué hacer? ¡Su amor le ocasionaría un gran daño!
Julia ya le había advertido sobre la posible reacción de la familia de su prometido y le aconsejó sobre lo conveniente que  era ser educada y mejor callar, así que guardo silencio e inclinó su cabeza pero sus ojos se llenaron de lagrimas.
Martina se sintió mal, al ver el sufrimiento que sus  palabras ocasionaron en aquella pobre niña, había comprobado que no era la bruja interesada que creía era una muchacha buena y realmente amaba a su hijo. Y ahora ella se sentía sucia y vil. ¿No era suficiente vivir en un lugar como aquel en la absoluta miseria? ¿Qué culpa tenía de haberse enamorado de su hijo? después de todo no era la única, habían muchas  mujeres que vivían soñando con Abraham; así que trató de disculparse, afirmando algo que ella daba por sentado
—El trato es conveniente, aceptá y confórmate con haber sido suya… guárdalo como un bonito recuerdo…
Dalia apuño las manos y apretó su lengua con los dientes, hasta casi hacerla sangrar.
—…es más si querés podes seguir con el pero sin que te cases… yo… yo te voy a dar siempre la casa que te dije, allí podes recibirlo siempre que él te busque.
Aquello era más de lo que podía soportar, así que haciendo a un lado el buen consejo de su madre, la miró a los ojos y le dijo mordiendo las palabras lo más calmada que pudo:
—Mire señora, yo no soy esa clase de mujer, no me he acostado con su hijo, y aunque usted lo afirme, yo sé que para el amor no existen las clases sociales. Así que si solo vino a insultarme será mejor que regrese por donde vino…
Martina estaba impresionada, aquella reacción le gustó aun mas ¡esa joven poseía carácter, tenía fuego en los ojos! le había hablado con firmeza sin gritar y sin bajarle la mirada, (algo que ni los hombres podían hacer) pero no iba a tolerar que le hablara así; no a ella, Martina no estaba acostumbrada a que la retaran de esa manera, y menos aquella muchachita chorreada de clase baja.
— ¡Que educación la tuya! ¿Así le respondes a la madre del hombre que dices que amas?
—Perdone señora, pero usted vino a decirme cosas feas sin conocerme.
—No hace falta, conozco a las de tu clase, quieren salir a como dé lugar de la miseria, estoy segura que solo te interesa el dinero de mi hijo—mintió sin creérselo, herida en su amor propio.
Dalia no quiso oír una palabra más, corrió para el interior de su casa sin despedirse, Martina por su parte se quedó parada frente a la pocilga, confundida; además de la belleza aquella joven tenía algo que la enamoraba también a ella; pero estaba convencida que no era la mujer indicada para su hijo así que montó su caballo y lo azotó para llegar pronto al Tizate.
 <<A lo mejor Gregorio lo ha convencido>>
Cuando Julia llegó, mas tarde, con el guacal en la mano y los rizos escurriendo gotas de agua perfumada a jabón, encontró a Dalia desconsolada, llorando, acurrucada en un rincón de la casa, sus lágrimas habían hecho lodo en el suelo de tierra.
Pero Dalia, no era  la única que lloraba, en la casona de los Reyes en su lujosa cama europea, también Martina derramaba hartas lágrimas de rabia e impotencia, ¡su hijo estaba a punto de arruinarse la vida y ella su madre no podía evitarlo!

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