miércoles, 25 de noviembre de 2020

LA FLOR DE CANAIRE CAP. 10


El caimán cebao
rio con piedras y bosque al amanecer acuarela

Después de una noche borrascosa, el sol se levantó temprano por la loma, evaporando en una llamarada blanquecina el agua acumulada en los tejados de las casas, que cual incensarios, rendían pleitesía al disco solar, que se paseaba majestuoso sobre miles de arreboles.
Julia, quebraba incansable en la piedra el maíz para los totopostes de ese día.
Dalia, había ido al rio a bañarse en los pocitos que había por la quebrada y a lavar alguna ropa.
Caminaba quebrada arriba palpando con sus dedos debajo de las piedras, esperando encontrar “cacaricos” (camarones de rio) o algún cangrejo solitario.
No encontró nada, así que pensó que lo mejor sería, comenzar a lavar la ropa y regresar a casa antes del medio día.
La quebrada, aunque había crecido un poco por la tormenta de la noche anterior, no tenía el agua muy revuelta, porque corría desde su nacimiento sobre un lecho de piedra caliza, hasta cruzar el tizate, Canaire y desembocar en el rio Grande.
Distraída, no se percató que entre los matorrales, unos ojos perversos la seguían con atención, como animal de presa.
 ¡Era Irineo!
Gracias a la buena memoria de Heraclides, Martina conocía la rutina diaria de Julia y su hija, casi a la perfección, incluso, sabía hasta la hora en que meaban cuando se levantaban y donde lo hacían.
Irineo, había recibido una propuesta sencilla, debía ir ese día a platicar con una muchacha que llegaba a los pocitos cuando el sol comenzaba a evaporar el sereno de la noche; le habían dado su descripción para que no se fuera a equivocar y se pusiera a conversar con la persona incorrecta; aunque era poco probable que se encontrara con otra joven; pero así era Martina, bastante puntillosa en casi todo lo que hacía.
—¡Buenos días muchacha!
Dalia se sobresaltó, y buscó con la mirada el origen de aquella voz, hasta encontrarse con los ojos libidinosos de Irineo que parecían desnudarla quien sabe desde cuándo.
Abraham, estaba a esa hora desayunando con sus padres, como solía hacer después de supervisar a los corraleros y medirles la tarea a los mozos.
Aunque vivía en su propia casa, y pesaba sobre él la amenaza de perderlo todo; acostumbraba  acompañarles, para complacer a su madre y platicar con Gregorio, que siempre estaba encantado de oír las aventuras de los largos viajes a Honduras o quizá sobre el último libro que Abraham estaba leyendo.
En esa ocasión, hablaban del romance de Helena con el Príncipe Paris, era el momento que Martina esperaba para dar inicio a su plan, y de manera  sutil dijo:
—¡Pobre Agamenón! por eso uno cuando se va a casar, debe averiguar bien si la otra persona no tiene algún amor escondido…
Abraham apuró un trago de café Indio y se apresuró a comer su huevo con tomate y tortillas recién salidas del comal; ya sabía por dónde iba su madre.
—Dicen que esa muchacha con la que te vas a casar tiene un enamorado, con el que todos los días se ve en la quebrada…
Abraham se puso de pie, y en franco ademán de abandonar la mesa sin terminar su comida dijo.
—¡Que barbaridad mamá, usted ni me deja comer a gusto con sus maquinaciones, yo conozco bien a Dalia y sé que ella no es de esas!
—Bueno tampoco te pongás así; tu madre solo dice lo que le han contado, pero nada perdés con averiguar un poco por tu cuenta…
—Papá, mamá; ¡que tengan buen día! —se despidió disgustado y se dirigió a Canaire.
Irineo sabía que Abraham llegaría tarde o temprano, así lo habían planeado con Martina y Gregorio. El solo debía platicar con Dalia sobre cualquier cosa, el tiempo suficiente para que los viera, lo demás lo haría el poder de la sugestión y los celos. ¡Vaya manera más fácil para ganarse una buena cantidad de Dinero, tanto como para comprarse una casa lejos de allí y comenzar una vida menos agitada con Liduvina!
—Perdone usté yo no quería asustarla…
—¡No estoy asustada, mire para otro lado!
—Yo no quisiera mirarla pero no tengo la culpa… ¡parece usté un encanto del agua!
Dalia no respondió, y siguió restregando con fuerza los andrajos hasta casi deshacerlos sobre la piedra de laja que usaba como lavadero; aquella situación le incomodaba. Encontrarse con un hombre en el rio no era lo que había pensado esa mañana cuando se levantó. Y aunque aquel extraño decía cosas bonitas, los ojos le brillaban como los de las culebras cuando están por tragarse un pequeño ratón.
—¿Y qué hace una muchacha tan bonita y  sola por estos lugares?
—Lavando, como ve… mi mamá anda rio arriba –mintió.
—En este rio hay un caimán cebao que ya ha comido gente, dicen que tiene cuernos y está todito lleno de dientes afilados en el hocico, su mama debería tener cuidado… y usted también.
Ella nunca había visto caimanes en esa quebrada, pero contaban los mentirosos que en el Guascorán había bastantes, de todos modos aquel hombre parecía persuadido de lo que contaba. No imaginaba que el único caimán era el que conversaba con ella.
—¿Y cuál es su gracia señorita?
—Me llamo Dalia—respondió un poco temerosa, buscado ya una ruta para huir...
—A pué que bonito nombre, tiene usté nombre de flor, de la más bonita de todas, me imagino que las dalias de su jardín deben sentirse envidiosas de la belleza de usté.
Dalia dejo de restregar por un momento, lo vio de reojo, y siguió lavando con más prisa, aquel hombre la incomodaba, se sentía desnuda, pero tampoco quería llegar a casa con toda la ropa sucia, se imaginaba que Julia la regañaría. ¡Se equivocaba! su madre habría estado de acuerdo con que era mejor marcharse; pero la juventud se cobra la belleza con la poca experiencia.
Por su parte Irineo, se deleitaba viendo como el vestido mojado dejaba ver un poco de aquel delicioso cuerpo, tenía las tetícas pequeñas pero bien formadas, y aunque estaba un poco flaca, su figura era perfecta. Era más bonita de lo que se imaginó cuando se la describieron. A lo mejor si Abraham se tardaba pudiera seducirla y enseñarle un poco sobre amores.
¿Por qué no?
El agua zarca de la quebrada serpenteaba entre las piedras y las raíces de los almendros de rio, llevándose la espuma de la ropa en una línea que se difuminaba entre las flores de chupa-chupa.
Aun no había pasado la temporada de los grandes aguaceros, y los azacuanes estaban retrasados ese año.
Abraham mientras tanto, luchaba por atravesar el rio Grande, su mula era muy buena nadando pero en la parte más profunda, con el agua hasta el estribo, le sorprendió una repunta que lo embistió con tal fuerza que la cincha se reventó y cayó en el rio con todo y silla siendo arrastrado por la corriente como a una pequeña hoja. Por momentos quedaba sumergido bajo toneladas de agua y como podía hacia esfuerzos por salir a respirar; pero la muerte le empujaba otra vez hasta el lecho mismo del torrente de agua, que desbocado se dirigía al mar.
Los brazos le pesaban más y más, y cada vez aumentaba el deseo de dejarse llevar de una vez por todas hasta el fondo y descansar. Era una lucha que sentía perder poco a poco.
¿Qué diría Dalia cuando le contaran que había muerto ahogado? ¿Lloraría?
¿Qué dirían sus padres?
Entonces recordó los días en que su abuelo, un criollo de ojos azules, le enseñó a nadar muchos años atrás en el Cantilón y le aconsejaba sabiamente mientras comían “Cacaricos” asados en una fogata improvisada en la margen de la poza.
 <<El  rio corre libre, porque está vivo, se desliza como el viento, y desafía al hombre, lo atrae y a veces lo mata porque es muy poderoso… nunca luches contra él, deja que te lleve, preocúpate nada mas por respirar>>
Entonces Abraham dejó de enfrentarse al afluente y se preocupó nada más por sacar la cabeza para tomar sendas bocanadas de aire mientras los arboles parecían pasar con gran velocidad en las orillas.
¡Entonces la vio! a Pavita, su mula, nadaba cerca de él asustada pero con mayor energía.
¡Nunca sintió más alegría de verla!
Se agarró de sus crines, con toda la fuerza que le quedaba. Pavita hizo el resto, de manera instintiva nadó hasta la orilla fangosa y se dejó caer exhausta en el barrizal rojizo del rio Grande, a su lado yacía Abraham desmayado.
Allí lo encontró Hilario y Esteban cuando después de mucho salieron a buscarlo.
Irineo se había fumado ya dos o tres cigarrillos, y no veía que Abraham fuera a llegar pronto, si él no lo veía platicando con Dalia, no le pagarían la otra mitad del dinero, era así de sencillo.
Además aquello se estaba poniendo aburrido, la muchacha no era muy conversadora y estaba por terminar la tarea y ya casi se iba.
Dicen que todos los pecados comienzan en los ojos y tanto la había codiciado con sus ojillos de comadreja que aquella muchacha le parecía un pastelillo que debía de comerse.
De todos modos el novio no iba a llegar, y si llegaba tanto mejor que lo viera con su novia.
Se metió en el agua y trató de hacer las cosas por la buena, después de todo el no era un violador, al menos no sin antes tratar de conquistar a la damisela.
Le tomó la mano y le dijo:
—Yo que usté, no me confiara mucho de venir al rio solita, si usté quiere yo puedo cuidarla…
Ella se soltó de un tirón y quiso escapar corriendo, pero ya la manaza de Irineo le había aferrado la cintura, y trataba de besarla por la fuerza.
Ella clavo sus uñas en el cuello del perverso y rasgó la carne junto con la tierra salada provocando un espasmo involuntario para quedar libre y poder escapar, echándose a correr lo mas a prisa que sus agiles piernas le permitieron mientras gritaba pidiendo auxilio con gran angustia; pero justo cuando se creía libre, un violento tirón en el cabello la regresó a su horrible realidad, era imposible escapar de aquel hombre, mas no se iba a rendir sin pelear, la honra se defendía con la vida, así le habían enseñado desde pequeña.
Gritaba con fuerzas aún sabiendo que nadie la escucharía en aquellos páramos  solitarios.
Dos bofetadas de hombre violento la aturdieron y le nublaron la visión, mientras sentía como su vestido era arrancado violentamente como si estuviera hecho de papel, solo eso pudo recordar, antes de despertar adolorida arropada por los brazos de su Madre.
A su lado yacía un cuerpo con la cabeza destrozada por una piedra de rio, del tamaño de un huevo de avestruz, era Irineo, tenía el pantalón desabrochado y enseñaba estúpidamente un par de nalgas pálidas y un calzoncillo color ladrillo.
¿Qué había pasado?
Heraclides, no había soportado más.
Aunque fisgón, era buena persona y no se iba a quedar  escondido sin hacer nada mientras aquella pobre muchacha era violada; así que salió de su escondite antes que aquel execrable hombre consumara el estupro, tomó lo primero que se puso a su alcance y le descargó un golpe seco en la cabeza y después otro y otro…
Irineo nunca supo que fué lo que le pasó, el Diablo había dispuesto que ese día cobraría su alma de pecador.
Asustado Heraclides corrió como un gamo por los potreros sin detenerse a tomar un solo respiro hasta que llegó a su casa.
Martina lo había enviado a verificar que todo saliera como lo habían planeado.
Mucho antes que Irineo y Dalia se asomaran a la quebrada, él se había apostado en un lugar seguro donde podía verlos perfectamente sin que lo descubrieran.
Más tarde cuando fue interrogado por Martina y Gregorio se limitó a decir que Irineo no llegó a la quebrada, y todos supusieron que se había largado con el adelanto que le habían dado.
Julia creyó que lo más conveniente era no mencionar a nadie el asunto. “una muerte no es algo de lo que debe andarse hablando”
Aconsejó a Dalia que no dijera nada sobre ello, a no ser que se vieran obligadas a defenderse ante el juez.
¿Cómo iban a justificar una muerte por la espalda?
De todas formas no sería necesario guardar ningún secreto, la montaña lo haría por ellos. Al atardecer llegaron los coyotes a devorar el cadáver de Irineo casi en su totalidad, y de lo poco que quedó dieron cuenta los zopilotes.
¿Quién sería el que llegó a salvar a su hija? nunca lo sabrían, Heraclides tampoco lo diría.
Según los pecados en que vives, así es el vestido que la muerte lleva.
No hubo nadie que preguntara por aquella alma perdida.


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